sábado, 5 de julio de 2014

2º AÑO: PROYECTO "DERECHO AL CUENTO"


   Sabemos que escribir es un proceso que implica varios pasos:  la planificación del texto, la redacción del borrador, la corrección y, finalmente, la edición de la versión final. La corrección es una acción que se lleva a cabo de manera reiterada, podríamos decir que se realiza inclusive hasta el último momento, antes de la publicación de la producción.
   Presentamos aquí una guía orientadora para realizar la autocorrección de los cuentos que estamos redactando. Esta guía presenta y describe los criterios que se tendrán en cuenta para la evaluación final de los cuentos.





lunes, 26 de septiembre de 2011

La aplicación de tecnologías en la comunicación

En los últimos años se ha incrementado el uso de tecnologías en relación a la comunicación. ¿Estas la han afectado, favorecido o perjudicado? Opino que estas la han favorecido y al mismo tiempo perjudicado.
Por un lado las nuevas tecnologías han facilitado el intercambio de información a larga distancia. Por ejemplo, a través del chat uno puede comunicarse con un amigo que este al otro lado del mundo. También se pueden ver páginas Web de distintos lugares del mundo que contengan información de otros estados en pocos segundos.
Pero al mismo tiempo, mientras uno esta en la computadora chateando o hablando con personas, se pierde la conversación cara a cara con ellos y con los que nos rodean. Por ejemplo, en vez de invitar a n amigo a juntarse para charlar porque hace mucho que no se ven, hablan a través de maquinas en skype. En vez de conversar con un hermano en la casa, chatea con un amigo de otro país.
Además, las nuevas tecnologías hacen que se pierdan los recursos de la conversación. Por ejemplo, se utiliza constantemente el mismo vocabulario simple suprimiendo el complejo. También se pierde la ortografía ya que escribimos con abreviaciones y errores ortográficos.
También, las tecnologías crean falsas amistades. Hablamos con maquinas, amigos virtuales, en vez de con personas reales. En vez de salir con amigos y conocer gente, se quedan en la computadora hablando por “Facebook” o “Twiter” con gente que capaz ni conocen.
En conclusión, las tecnologías pueden llegar a perjudicar más que favorecer la comunicación. Crea falsas amistades y suprime el vocabulario. Creo que deberíamos establecer límites para el uso de estas innovaciones, utilizándolas únicamente cuando sean necesaria s. (Por Agustín R. 2º año)

La comunicación y las nuevas tecnologías

Hoy en día en la Argentina, una persona promedio utiliza las nuevas tecnologías (PC,televisión,Ipod,Ipad o consolas de videojuegos) entre tres y cuatro horas por día. Pienso que este uso constante de ellas puede favorecer las relaciones humanas aunque, por otro lado las puede perjudicar.
Muchas personas, en busca de nuevas oportunidades de trabajo, emigran a otros países, van a otras provincias pero dejan a su familia y amigos en su lugar de origen. Las comunicaciones entre países o entre provincias, tienen un costo alto y son difíciles. Gracias a los nuevos medios de comunicación virtuales (Skype,Facebook,Twitter,etc) uno se puede comunicar más fácilmente y a un bajo costo, lo que ayuda a mantener las relaciones por más que las personas estén a enormes distancias.
En los últimos años, se han inventado muchas redes sociales donde miles de millones de personas siguen las noticias de determinados personajes, bandas de música y equipos o amigos, también hay gente que se conoce por compartir gustos. Luego, algunos,llegan a conocerse personalmente e inician una relación. Un caso reciente es el de una pareja inglesa que se conocieron por el hecho de compartir gustos en común y, actualmente , tienen una hija.
Por otro lado, muchos se hablan por la computadora cuando, tranquilamente, podrían juntarse a jugar al fútbol, a charlar en persona, esto de cierta forma aísla a la gente ya que prefiere quedarse horas y horas chateando en lugar de juntarse con amigos o familiares. Habría que salir más y no quedarse tanto delante de la PC.
Del mismo modo, pasarse horas en la computadora o con el celular, hace que se vaya perdiendo el lenguaje ya que se habla con abreviaturas todo le tiempo.T ampoco se presta atención a la redacción y se usan palabras en otro idioma como “sorry” y “OK”. Esto se ve reflejado especialmente en los jóvenes.
En conclusión, opino que las nuevas tecnologías han ayudado a la comunicación entre personas, sobre todo de aquellas que se encuentran a grandes distancias. También han ayudado a difundir información de manera simultánea a todo el mundo y mucha gente se ha conocido gracias a ella ,por ejemplo, por tener gustos en común. Sin embargo, creo que no hay que abusar de su uso ya que en los últimos años se han ido perdiendo las relaciones interpersonales cara a cara debido a que muchos prefieren chatear a reunirse con otros a charlar, jugar al fútbol, salir de noche, ir a comer o ir al cine, entre otras. (Por Mateo Q. 2º año)

jueves, 11 de agosto de 2011

Reseña de "Mi planta de naranja-lima"

Opinión de M. J. R. D.




Mi Planta de Naranja-Lima, de José Mauro de Vasconcelos, es una novela que trata de un chico llamado Zezé. Tiene entre cinco y seis años. Pertenece a una familia muy pobre. Un día hace un amigo, Portuga. Está mucho tiempo con él, hasta que, un día, en la escuela, se entera de que fue atropellado por un tren. Se pone muy triste, pero al final logra superar su tristeza.
Zezé también tiene otro amigo, una planta de naranja-lima, con quien conversa y juega. Él la llamó Minguito o Xururuca, y los demás (su familia y Portuga), su “planta de naranja-lima” (de ahí el nombre del libro).
El momento más importante es el momento en que Zezé se entera de la muerte de su amigo (Portuga). Las reacciones que toma. Para él y para los lectores es un momento muy fuerte. Para él, porque perdió a uno de sus dos amigos. Zezé vivía solamente por el Portugués (otra denominación de Portuga), y cuando este murió, aquel ya no le encontraba sentido a su vida. Para los lectores, porque a partir de allí leen la historia de otra manera.
Para mí, el tema principal es la determinación. Esa voluntad y decisión que tiene el protagonista para tomar decisiones; la más importante, vivir o morir.
Otro tema importante es la amistad. La amistad que él va haciendo con Portuga a medida que transcurre la historia. También es importante la confianza. Zezé, a lo largo del relato, confía en muchas personas, y en otras, no.
Yo no me identifiqué con ningún personaje en especial. “Empatan” Zezé, Gloria y Totoca, estos dos últimos, sus hermanos. Me identificaría con los tres, pero no con uno solo. Con Gloria, por su edad. El libro no lo dice, pero supongo que tiene más o menos mi misma edad (catorce años). Además, toma las mismas decisiones que tomaría yo si estuviera en su lugar. Me identifica con Totoca porque yo me imagino cuidando y jugando con un hermano menor, pero no que me eduque uno mayor. Y me identifico con Zezé porque es el protagonista de la historia.
El libro me hizo pensar en el maltrato infantil; también en que, como dice al final, a Zezé le “contaron las cosas demasiado pronto”, es decir, tuvo que vivir (en ese momento) como adulto. Por otro lado, creo que no es real que un chico de cinco-seis años viva (y sufra) tantas cosas. Los niños de seis años apenas se dan cuenta de la realidad. Creen que todo es fantasía, que todo es “un dibujo” o “una película”. También es irreal que un árbol hable y se transforme en caballo, como Minguito.
Lo más valioso del libro son las actitudes de Zezé, y lo que decide hacer para ser feliz.
En conclusión, es un libro que tiene muchas reales y otras tantas imaginarias. En este libro, el autor relata algunas cosas de su vida; otras las imaginó. No recomiendo esta novela a personas sensibles, dado que, en el capítulo 3 de la primera parte (cuando Zezé y Luis, su hermano, encuentran cerrada la tienda) y cuando Jesús le dice a Zezé que su amigo “está en el cielo”, es decir, que murió, yo casi lloro. Mi mamá dice que lloró al leer el libro.

jueves, 30 de junio de 2011

Continuando la historia

Los invitamos a leer un nuevo capítulo de la novela Desde el ojo del pez, de Pablo De Santis. A continuación, les ofrecemos algunos finales alternativos que hemos escrito. ¿Cuál elegirías?

Capítulo 17

(Versión de Francisco Miguel D.S.)
El tren andaba a través del desierto árido y seco. Por la ventana se veía una gran extensión de arena y se podía sentir ese clima tan frío que la caracteriza. Mis manos estaban entumecidas. No sabía en qué pensar o más bien qué pensar. Estaba nervioso, no sabía si lo que hacía era lo correcto. ¿Me querrá; se habrá olvidado de mí?
Mi corazón me decía una cosa y mi cabeza otra. Pensaba en qué diría papá y también en cómo estaría. Me imagino que él esperaba que no me diera cuenta pero yo sabía la verdad, a papá le estaba yendo mal. Estaba preocupado por él. También pensaba en mis amigos, si los volvería a ver, si volvería a saber de ellos siquiera. No estaba seguro de casi nada, sí sabía que dando este paso se cerraría un capítulo de mi vida y se abriría otro completamente distinto, en el que me encontraría solo ante un futuro incierto.
El tren llegó a su destino, pero no era el fin de mi viaje, tenía que hacer escala en un pequeño pueblo. Era de noche, hacía un frío que congelaba hasta los huesos. Una bruma espesa que dominaba aquella noche no me dejaba ver el camino. Debido al frío decidí entrar en un bar para tomar algo caliente y tratar de devolver el alma a mi cuerpo, antes de seguir el viaje.
Parecía ser el único bar del pueblo, ya que no era una comunidad muy grande. A pesar de ello no había gente en él, ya que era muy tarde. Me senté en una mesa desocupada y esperé a que me atendieran. El aire estaba saturado de humo, los ojos me lloraban y no me permitían ver con claridad. Había una luz tenue y amarillenta. Luego, de entre el humo pude distinguir a una persona que se me acercaba. Era el camarero, vestía ropa algo formal para aquel bar, estaba bastante bien arreglado. Al acercarse más pude percibir que no era una persona joven, de hecho ya era algo mayor. No era muy alto y se estaba quedando calvo. En él vi un no se qué -creo que en su mirada- que me hizo pensar que era un hombre sabio y experimentado. Él me dijo:
- Hola señor, ¿cómo está?
Fue extraño, no estaba acostumbrado a que me llamaran señor.
- Bien- le contesté.
- Si me permite, señor, no se lo ve muy bien.
En ese momento, creo que fue debido a la necesidad que sentía de contarle a alguien lo que me sucedía o a su mirada, que expresaba un verdadero interés por lo que me pasaba, que decidí compartir con aquel mozo lo que estaba pensando. Luego de haberle contado todo lo sucedido él dijo:
- Bue... algo extraño el hecho de seguir a una mujer que sólo has visto un par de veces.
Yo asentí con la cabeza, y continúo diciéndome:
- Pero creo que como están las cosas ahora sólo hay algo que podés hacer.
Hubo un momento de pausa y luego agregó:
- Seguí lo que te dicte tu corazón, no vaya a ser que luego te arrepientas toda tu vida por haber perdido esta oportunidad. Además, por lo que me has contado, no tienes muchas cosas que perder ¿O sí?
En ese momento esa frase fue el empujón que me hacía falta para seguir. Me renovó las esperanzas y me descubrió otra forma de ver las cosas que me pasaban.
Cuando me acordé, me fijé en el reloj y faltaban sólo diez minutos para la partida del tren. Por suerte, el bar quedaba muy cerca de la estación. Antes de irme le pregunté al mozo su nombre, me dijo que se llamaba Claudio y que lo buscara siempre que lo necesitara. Me dio su teléfono anotado en una servilleta, que guardé en el bolsillo de mi saco.
Al salir a la calle la niebla se había disipado y ya no sentía tanto frío. Luego corrí hasta la estación, me subí al tren y me senté. Esta vez no estaba preocupado, estaba alegre y ansioso por llegar y volver a ver a Daniela. De repente, me entró el sueño y me dormí.
Al despertar, había llegado a mi destino. Me bajé del tren y saqué la carta de Daniela del bolsillo. Me fijé la dirección y sin perder tiempo fui hacia su casa. Era de día, todo era muy claro, no había nubes en el cielo. Todo era muy colorido.
Al llegar a la dirección, me encontré frente a una puerta chiquita, de una casa no muy grande ni lujosa, pero agradable. Tímidamente toqué el timbre y esperé. Al abrirse la puerta la vi, era Daniela, su rostro tenía una mirada incrédula y como en el mejor de mis sueños, me atrapó en un cálido abrazo.





(Versión de Juan Bautista A. M.)
Observaba el paisaje recordando todo mi viaje desde que había salido de Córdoba hasta ese momento, todas las personas que había conocido, los problemas que había pasado y el decepcionante final de mi búsqueda. Giré la cabeza para ver el interior del tren. Me encontré viendo a un chico, de aproximadamente diez años, que tenía una mirada intrigante, como si quisiera conocer las historias de los demás. Se me acercaba de a poco, parecía tener miedo.
-¿Por qué mira tanto por la ventana señor? Parece que se pasó su estación y anda perdido – me dijo aquel muchacho que, sin saberlo, había descripto exactamente cómo me sentía.
-Porque lo estoy
Él pareció no entender. Se alejó velozmente con sus padres, una pareja joven con dos hijos. Lo seguí con la mirada. Lo vi entrar al siguiente vagón, que era más limpio, ordenado y nuevo. Pero a mí me agradaba más en el que me encontraba porque me hacía recordar mi departamento de Buenos Aires, con las ventanas sucia y las paredes rotas. Los asientos tenían mucha humedad, el techo parecía que se iba a caer y, excepto por mí y una anciana tres lugares delante de mí, estaba vacío.
Cuando el tren estaba por llegar a la estación sentí cómo se aproximaba mi nueva vida, estaba muy ansioso. Al llegar busqué a Daniela, pero no la vi. Seguí buscando, fui a la cafetería donde habíamos acordado encontrarnos mientras iba preguntando a las personas que me cruzaba si habían visto a una bella pelirroja, pero nadie la había visto.
Entré a ese bar pero lo único que encontré fue una espesa nube de humo de cigarrillo que dificultaba mi visión. Sin ver nada seguí gritando su precioso nombre esperando encontrar una respuesta, pero nadie contestó ¿Habría pensado que yo no iba a ir? ¿No consiguió llegar? ¿Ya no le interesaba? Estas incógnitas dominaban mi mente pero, a pesar de ello, sabía muy bien dentro de mí que tenía que encontrarla.
Me hallaba de nuevo en la misma situación, no tenía su nuevo número de teléfono, ni su dirección. De repente una emoción que nunca imaginé invadió mi cuerpo, estaba entusiasmado. No porque quería emprender una nueva búsqueda sino porque era por Daniela. Recordé cuando aquel muchacho en el vagón me dijo que parecía perdido. Me reí, agarré mis cosas y comencé mi nueva búsqueda.







(Versión de José B.)



Ahí estaba yo, en el tren. No era muy seguro en donde iba a terminar, ni qué me iba a pasar. Lo que sí era claro, es que estaba en un tren muy parecido a mí. Con destino, pero sin propósito. Con preguntas , pero sin respuestas. Buscaba a Daniela, pero sin una razón concreta.
Ya estaba a mitad de camino de mi destino. Eran las 3 y media de la tarde, y el tren arribaría a las 9 en punto en Santa Cruz. Me quedaban casi seis horas para dormirme una buena siesta. Entonces decidí descansar, y desde ese punto, todo fue muy extraño.
Cuando me bajé del tren noté que estaba vacío, que yo era el único pasajero a bordo. “Bienvenidos a Jujuy” decía un cartel. Al principio pensé que era el nombre de la terminal en Santa Cruz, adonde yo iba. Después mire mi pasaje, que decía lo siguiente: “De Bs.As a Santa Cruz, provincia de Jujuy”. Yo estaba en Jujuy, Santa Cruz era el nombre de la estación. Ésta era desértica, más que una estación parecía un convento de prisioneros, por lo aburrida que era. De golpe noté que tampoco era una estación. Era solo un bloque de ladrillos unidos con cemento, con una puerta de madera en el medio, pero no había nada ni nadie adentro. Entonces me decidí a entrar y averiguar qué había en ella.
Al entrar, muchísimas ideas se vinieron de golpe a mi cabeza. Recuerdos de lo vivido en Buenos Aires, con Teresa, con mis estudios, y del abandono a mi familia. Más que recuerdos, eran voces que sonaban en mi mente, y que al principio no lograba entender. Me puse a reflexionar de esto que me estaba pasando. De repente, me di cuenta de que no eran cualesquiera voces las que estaban sonando en mi cabeza. Era mi conciencia intentando hablarme de mis errores en el pasado y de lo que debería hacer ahora.
Me di cuenta de que la búsqueda de Teresa fue una estupidez atroz, que no había tenido ningún sentido inteligente y que había sido una verdadera pérdida de tiempo. Le mentí a mi familia, a mis amigos, a todos mis conocidos. Y ahora estaba en un tren camino a una ciudad que no conozco, buscando a una chica que creo que amo, que en realidad no lo sé. Entonces esperté.
Estaba en la estación de Buenos Aires, me había quedado dormido en el asiento, esperando la partida del tren. Mi viaje ya se había ido hacía rato. Sentí que lo que estaba por hacer no tenía un sentido preciso ni e inteligente. Entonces saqué un boleto a Córdoba y volví con mi familia, con los que en realidad me quieren.







(Versión de Juan Pablo C.)



Estaba en el tren sin saber a dónde me llevaría. El vehículo tenía todos sus asientos ocupados. Era un transporte un poco antiguo y algo maltrecho, algunos de sus asientos estaban descascarados. Me divertía viendo a las personas; me imaginaba los motivos por los que estaban viajando.
Miraba por la ventana los conocidos yacimientos petrolíferos del sur. Envidiaba a las cigüeñas de los pozos, esas máquinas tan grandes y complejas, siempre tenían en claro lo que buscaban. El tren seguía avanzando muy lentamente, mucha gente estaba impaciente, pero a mí no me hubiera molestado que tardara más tiempo. El resto del viaje estuve hablando conmigo mismo.
Finalmente, el tren arribó a Buenos Aires. Habían pasado casi tres años desde que había llegado allí para buscar a Teresa. Había decidido volver porque mi relación con Daniela había terminado. Yo me aburrí de ella y ella de mí, a tal punto que ya me había reemplazado. Sentí que volver a Córdoba era darme por vencido, por eso no lo hice.
Era un día muy nublado, de esos que no se entiende cómo no cae ni una leve llovizna. La ciudad se veía lúgubre; quitaba las ganas de cualquier persona a hacer una actividad que implicara esfuerzo.
La capital era diferente, yo creía que la conocía cuando la miraba desde el ojo del pez; pero me di cuenta que en realidad no sabía por dónde ir. Fui a ver el sitio donde estaba el viejo edificio donde yo había vivido. En el camino tomé varias piezas metálicas que iba encontrando. Llegué al lugar en donde estaba el inmueble. Todavía no había nada construido. Pregunté a varias personas de la zona si sabían qué iban a edificar en ese lugar pero todos lo ignoraban. Recordé lo que me había pasado en esa angosta calle; a Marcos, a Verónica y muchas otras cosas.
Sin nada más que hacer, comencé a caminar sin un rumbo fijo. Iba mirando el interior de los bares y restaurantes como acostumbraba hacer. Me di cuenta de lo extraño que es ver a la gente marchando apurada cuando uno no tiene nada que hacer. Luego de caminar un largo rato encontré una gran pila de objetos metálicos en frente de un gran edificio. Leí el cartel de la dirección: Entre Ríos 1146. Por alguna razón esa dirección me sonaba. Saqué una carta de mi bolsillo, venía de ese lugar. Sin pensarlo dos veces toqué timbre del tercer piso. Una voz femenina y conocida me atendió, le dije quién era.
Una bella mujer con hermosos ojos bajó. La vi detenidamente, era Verónica. Es extraño las cosas que uno no ve cuando tiene la cabeza en otro lado. Nos miramos a los ojos, en ese momento nos dimos cuenta de lo que estábamos buscando realmente. En ese instante el sol salió.


(Versión de Santiago S.)



Los asientos del tren estaban gastados de tanto usarlos, tenían rajaduras causadas por niños hiperactivos que no podían dormir en el viaje. Parecían incómodos pero no lo eran. Los pocos focos del vagón que funcionaban emitían una tenue luz. A mi lado estaba sentado un hombre de unos treinta años. No hacía más que fumar un cigarrillo tras otro, mis ojos empezaron a lagrimear. Le pedí que apagara el cigarro, pero en vez de eso se cambió de lugar. A pesar de que estaba lejos, el humo seguía molestándome. Por momentos el tren dejaba de andar, me dijeron que era un problema de la maquinaria. Parecía que este no quería avanzar o que trataba de dar marcha atrás.
Finalmente, luego de varias horas de viaje, llegué a mi destino. El pueblo no era ni muy grande ni muy chico, tenía la particularidad de aparentar ser tranquilo. Mi primera impresión acerca de la gente fue que eran muy calmados, parecían no tener ningún tipo de apuro. Comencé a buscar a Daniela lo más rápido que pude. Recordé que había mencionado algo sobre trabajar en una radio. En una guía telefónica, que amablemente me prestó un empleado de un bar, busqué las direcciones de todas las estaciones de radio del pueblo. Yo no esperaba una reacción tan amable ante mi pedido, por lo que me sorprendí. Afortunadamente sólo había tres emisoras de radio. Anoté las direcciones y me puse en marcha. A medida que caminaba por la calle noté que había pocos edificios, la mayoría de las viviendas eran casas; eso me agradaba, le daba un aire antiguo al lugar.
El primer intento que realicé en la estación de radio fue un fracaso. Si bien eso me desanimó no fue suficiente para que desistiera de mi búsqueda. Llegado el mediodía efectué mi segunda tentativa. Para mi suerte, en este acerté. Me dijeron que Daniela había ido a almorzar a un bar no muy lejos de la emisora de radio. Al llegar allí, inmediatamente, la reconocí desde afuera de la confitería. Su radiante cabellera resaltaba de entre las demás personas. Estaba acompañada por un hombre bastante viejo, lo suficiente para ser su abuelo. Estaba muy bien vestido, llevaba un traje negro, corbata y camisa. A simple vista, tenía un aire de empresario exitoso. De repente, este hombre, sacó un antiguo pero cuidado reloj de bolsillo, ojeó la hora e inmediatamente los dos se levantaron y se dirigieron hacia la salida. Rápidamente y por instinto me escondí detrás de un puesto de diarios, por alguna razón no quería que Daniela me viera en ese momento. El señor de traje elegante y ella se despidieron y tomaron caminos opuestos. La seguí por una cuadra hasta que tomé coraje y me lancé a su encuentro.
- Daniela. – dije en un tono medio tímido.
- ¡¿Max?! , ¿Qué hacés acá? No pensé que vendrías a visitarme.
- Bueno, pero acá estoy. ¿Cómo estás?
- Bien, bien – me respondió dubitativa - ¿Y vos?
- Bien – le dije con la misma entonación
Daniela me dijo que se dirigía a su trabajo en la estación de radio, pero que la podía esperar ahí. Cuando terminó su tarea fuimos a tomar algo y nos pusimos al día.
- ¿Tenés un lugar donde dormir? – me preguntó.
- No realmente.
- Si querés, podés quedarte a dormir conmigo, tengo un departamento a cinco cuadras.
Acepté sin siquiera pensarlo dos veces. Sentí que esa respuesta fue la más segura que había dado en mi vida.
- Eso sí - me dijo – Mi papá vino de visita, se va en un par de días, espero que no te moleste.
- Para nada.
El señor de traje con el que Daniela estaba charlando debía ser su padre. Por un lado me incomodaba conocerlo, pero por otro lado tenia intrigas acerca de ese hombre. Su nombre era Antonio.
Llegada la hora de la cena, y asimismo, la hora de conocer a su padre .Sentí que los nervios me comían por dentro. Nos reunimos en el departamento de Daniela. Afortunadamente, Antonio era muy simpático. Me hizo sentir cómodo. Tenía la cara muy arrugada y emitía un suave olor a colonia antigua. Como siempre, vestía elegantemente y llevaba su reloj de bolsillo. Tenía un carácter rígido pero a la vez reconfortante. Se destacaba a simple vista que era alguien muy culto. Me sorprendió la manera en que padre e hija discutían acerca de temas bastante extravagantes, de los cuales, vale decir, no entendía nada. En medio de una de esas conversaciones me detuve a examinar el departamento. Las paredes estaban pintadas de un color escarlata muy intenso. Estaban decoradas con innumerables cuadros. Al lado de la puerta principal se hallaba un estante ocupado por varios libros. El calor que emitía la estufa era sofocante, a tal punto que tuvimos que apagarla. Si bien el lugar no era muy lujoso, resultaba ser acogedor.
A la noche no podía dormir, mil pensamientos atravesaban mi cabeza al mismo tiempo. Finalmente llegué a la conclusión de que había pasado por todo lo que viví por una sola razón: Daniela. Estaba seguro, me había enamorado de ella. Naturalmente, me pareció algo vergonzoso decírselo en frente de su padre, así que decidí postergarlo hasta que se fuera.
Un día después de su partida, tomé valor y se lo dije:
- Daniela – comencé - ¿Sabés por qué vine hasta acá?
- No
- Por vos
- Y…. es lógico, si yo te invité
- No, me refiero a que te amo – le dije ruborizado y con el corazón latiendo de una manera que nunca había sentido.
En un acto de osadía y valor la besé, y para mi fortuna no opuso ningún tipo de resistencia.
Ya han pasado tres años desde que Daniela y yo estamos juntos y soy feliz de mencionar que ya fijamos fecha para casarnos. Ahora sé que todo mi trabajo y esfuerzo dieron frutos, todas mis dudas y frustraciones desaparecieron. A lo largo de estos años aprendí que el primer paso hacia la felicidad siempre es el más difícil, pero que vale la pena arriesgarse.




(Versión de Marcos V.)




Cuando me largué en la travesía hacia el desconocido sur argentino en busca de otro amor en mi complicada existencia no tenía mucha esperanza. Tenía pocas fuerzas y un ánimo ahogado, pero siempre se sabe que hay una luz al final del camino. Y además, todo podría estar peor.
Al cruzar media Argentina me encontré varias ciudades de las que habíamos hablado en la universidad; y esto me hizo recordar mis últimos meses, y entré en un estado de suma depresión. Juzgué todo lo que había hecho. Yo era el acusado, el juez y el jurado de mi juicio final, pero esto no me quitaba mi condición de culpable. Era estar en el centro del mundo con todos arrojándome piedras; pero sabía que yo era el que las arrojaba. Ya sentía que había tocado fondo; en todo fallaba y ni estaba yo para darme esperanzas. Todo lo que había pensado antes no valía nada para mí en ese momento. Me sentía un fracaso humano en un túnel que terminaba en un muro irrompible de concreto: la realidad. El mundo puede ser un infierno si se vive en el sueño, y me sentía merecedor de mi situación. Consideré que al llegar a Ushuaia (ahí residía Daniela) me volvería sin pensarlo. Pero cuando llegué todo cambió. La luz apareció de una manera tenue; el sol salía, con los con los rayos de luz de los que me sujetaba en mi vida: era Daniela
Corrí como un profesional, como si todo lo que necesitaba estuviese a un par de metros. Ya nada importaba, solo ella, yo y el presente. La abracé y rompí en llanto, pero ella parecía incómoda, como si yo fuese un insecto, un parásito desconocido.
Le conté todo lo que había sufrido en mis últimos días en Buenos Aires de una manera apasionada mientras recobraba el aliento. Ella seguía con esa expresión que me torturaba internamente.
Continué por cinco minutos intentando hacerla sonreír, pero fallé; ni siquiera le saqué una palabra, ni un “hola”. Fue doloroso, muy doloroso; como una cachetada a mis esperanzas. Finalmente me saludó, de la manera menos cordial esperada. Su voz antes cálida, ahora era helada, como si fuese una mezcla de miedo y desaliento. Antes de preguntarle qué pasaba me interrumpió y me dio la noticia más inesperada. No solo se había puesto de novia con un amigo suyo, sino que se iban a casar.
No le dije nada, no lo iba a hacer. No era ella, era yo. La culpa era mía, de nuevo. Llegué al muro, a la realidad; y ya no había nada que hacer. Muerto interiormente, me preparé para tomar mi último tren.
Sin lugar para dormir, caminé por la noche siguiendo la dirección de las vías ferroviarias, dado que iba a tener que volver a la ciudad. Es más, no volvería nunca más a ningún lado. Me repetí una y otra vez que no había nada que no hubiese intentado para triunfar, y que ya intentar era en vano. Al amanecer ya estaba seguro de que era un caso perdido. Me acosté para dormirme una última vez, en la ruta del tren. Esperé ansioso mi final, y el tiempo me pasaba rápido. Era como si estuviese en un agujero negro; mientras más cerca estuviera del fin, más rápido pasaría todo.
De repente, escuché el sonido de los vagones. Todo se había cumplido. Mientras se acercaba el tren me arrepentí parcialmente; me iba a correr solo si encontraba algo por qué seguir. Y en ese momento por primera vez en mi vida se me dio por pensar en todo lo bueno. Marquitos, Verónica, Flavio, los momentos con Silvia y Daniela, encontrar a Teresa. Todo me dio una fe enorme. Me enseñó que lo bueno me da más alegría que lo malo, tristeza. Y también aprendí que sin nada malo en nuestras vidas no tendrían sentido al no tener nada por lo que luchar. Me corrí rápidamente de las vías y volví a la ciudad con una fuerza que ya trascendía lo físico. Me movía por orden del corazón, mi amo y señor del momento.
Fui a la estación de trenes y compré un boleto a Córdoba. Como no tenía dinero vendí parte de mi ropa y mi reloj. Elegí ese lugar porque al menos mis padres podrían retenerme por un tiempo hasta consiguiera algún trabajo. Subí al tren sabiendo que no sólo estaba yendo a ver a mis padres, sino que también vería mi futuro. El barco hundido tenía un bote salvavidas: la esperanza.

Recomendación de Tomás V.

Leemos y opinamos.

Compartimos algunas reseñas literarias que escribimos sobre la novela Dos años de vacaciones, de Julio Verne.


DOS AÑOS DE VACACIONES es una novela de aventura que relata la historia de unos niños neozelandeses, que asistían a un acomodado colegio y que deciden realizar un viaje en barco durante sus vacaciones. Cuando estaban por zarpar, por razones desconocidas, la amarra que sujetaba al Sloughi, su barco, se cortó y fue llevado a alta mar. Terminan náufragos en una isla en la otra punta del Pacífico donde permanecen dos años. Gracias a la valentía y madurez de los mayores logran sobrevivir viviendo por grandes aventuras.
Los protagonistas de esta novela son los tres mayores del grupo: Luis Briant, Dick Gordon y Robert Doniphan. Luis era de nacionalidad francesa, Dick, estadounidense y Robert, inglés. También contaban con la invaluable ayuda de Mokó, grumete de piel negra, con vastos conocimientos de navegación y supervivencia.
El personaje más interesante es Robert Doniphan, ya que muestra cómo hasta la persona más envidiosa y rencorosa puede cambiar. Al principio, sentía un resentimiento y unos celos muy profundos por Luis, pero logra controlar estos sentimientos e incluso dominarlos, hasta convertirse en un joven maduro, amable, trabajador y servicial. Llega a arriesgar su vida, sacrificándose por el que antes desechaba.
Los temas principales son la convivencia y supervivencia de unos niños en la naturaleza. Logran esto durante dos años sin estar a cargo de un adulto, ya que el mayor, Dick, tenía 14 años. Lo seguían Luis y Robert, con su misma edad, y luego 12 niños de entre 12 y 8 años.
Para mí, el momento más interesante, es cuando Santiago, hermano de Luis, logra por fin vencer a Walston, líder de los bandidos de la isla, quienes habían naufragado también en este archipiélago hacía poco tiempo. Es impactante la valentía que tuvo este niño de 9 años al disparar un arma de fuego contra el hombre más peligroso que tendría en frente durante toda su vida. Con este hecho logra reparar completamente su travesura: haber desatado la amarra del barco.
Esta novela me hizo pensar si es posible que 15 niños sobrevivan en un archipiélago que creían perdido en el océano. Al principio lo único que tenían era camas y provisiones básicas. Pero al final, terminan con una guarida subterránea con absolutamente todo, como una cocina, e incluso más de lo necesario, un corral de animales.
Lo más destacado de la novela, en mi opinión, es la constancia y la valentía de los niños. También es muy interesante la manera en la cual se organizan, dividen las tareas y cómo se esfuerzan. Por ejemplo, quién iba a cazar, a recolectar leña o quién se quedaba de guardia durante las noches.
En conclusión, recomiendo este libro a toda persona con tiempo libre y que le guste leer. Tiene aventuras divertidas, emocionantes y atrapantes. Es de los mejores libros que leí, y ojalá puedan compartir conmigo la misma experiencia